3. “Tú no vas a Lima”
Era difícil disimular normalidad los últimos días. No podía evitar sentir que me despedía de todo objeto y persona trujillanos. La avenida Ejército por donde vivía Micaela, y por donde transitábamos juntos cuando la iba a dejar a casa, se había vuelto especial. Quedaba una semana para coger el avión. Mi madre envió un billete Lima-Amsterdam-Madrid-Barcelona, ruta larga por donde se la vea, pero antes de toda esa ruta había que viajar a Lima, en bus, con Micaela, con el permiso de su madre. Yo dudaba del permiso aquel, pero confiaba que a Micaela le atacaría el valor y si fuese necesario desobedecería a la pequeña dictadora. Cuando faltaban tres días para mi viaje a Lima, Micaela y yo nos despedíamos en su portal y aguardábamos que tras su petitorio ella recibiría el permiso necesario para viajar juntos a la ciudad del caos y poder decirnos “hasta pronto mi amor” en la puerta de embarque de vuelos internacionales del Aeropuerto Jorge Chávez de la ciudad del caos. Nos despedimos y me fui raudo a casa. Media hora después sonó el teléfono, era Micaela.
- Santi…
- No me digas que…
- Así es, no me da permiso.
- Pero me voy y no sé cuándo te veré Lokita
- Ella sabe todo lo del viaje pero para convencerla le expliqué lo importante que es para mí ir a dejarte. Yo quería acompañarte a Lima Santi. -Mientras lloraba yo detestaba a su madre, esa mujer celosa y posesiva con Micaela y con sus demás hijos. La mamá gallina pasaba a mi lista de seres detestables.
- Es que no me lo creo, quizás le cuesta decirte que sí. Intenta mañana, se dará cuenta que está siendo injusta. Anímate mi amor, tranquila ok, ya verás que mañana dice que sí.
- Tú no la conoces, cuando dice que no es no. Ya me imaginaba que esto iba a pasar.
- ¿Y qué demonios tiene que suceder para que se le ablande el corazón a tu mamá?... –Preferí callarme antes de decir algo desagradable de la madre de mi novia, y me detuve precisamente por eso, porque era su madre.
- Cálmate Lokita, descansa y mañana lo intentas una vez más y verás que te dice que sí. Si ella ha amado a algún hombre alguna vez pues te entenderá. –Insistí sin esperanza ni fe.
- Ya mi amor, besito, descansa. Te amo Santi.
- Besote, chau Micaela. –Colgué el teléfono sin decir nada más.
Sabía en el fondo que la dueña de casa y dueña de sus hijos no le daría permiso. Y más en el fondo, sabía que Micaela no se iba a atrever a irse conmigo sin que su madre se lo autorizase. Pateé con rabia una de las maletas que ya tenía hecha. No sabía quién me enfadaba más. La egoísta actitud de la madre de Micaela o el endeble carácter de mi novia que acataba todo lo que decía su madre. Me quité toda la ropa y me acosté sin lavarme los dientes en la cama donde Lokita y yo tantas veces hicimos el amor, busqué la parte más tibia de la sábana para acurrucarme y mientras intentaba dormir para esperar el estéril día siguiente con el otro “no” de la señora, una lágrima de rabia e impotencia cayó sobre la almohada.
“Un día más, un día menos, qué más da, seguro cuando esté allá se olvidará de mi hija”, imaginaba que en la cabeza de la mamá de Micaela se repetía esa frase. Pensaba en los besos poco sinceros que me daba cuando llegaba a su casa. En el fondo no me estimaba, le robaba a su niña bonita. Ya no quería llorar por una mujer que seguía en el siglo XVIII. Apagué la luz, recordé la última vez que Lokita y yo dormimos juntos en esa cama, no hubo sexo, sólo ternura, en la tele daban “Friends”, la serie que nos encantaba ver. Me acosté en la cama con los dientes rechinando de rabia pero la ternura del olor de mi novia en la almohada transformó la bronca en pena.
Al día siguiente no hubo sorpresas, sonó el teléfono, Lokita no tenía la voz apagada, pero la resignación se instaló en la línea telefónica. Me dijo que su madre se levantó muy temprano, más de lo acostumbrado, y sin desayunar se fue a abrir la tienda de carteras donde trabaja y de la cual es dueña. No esperó ver a sus hijos despertarse, no quiso oír a Micaela pedirle otra vez permiso para acompañarme a Lima. Todo estaba dicho. No valía la pena reprocharle su falta de insubordinación a las órdenes maternas, en su casa las reglas eran así y yo, que tampoco era un rebelde sin causa ni un transgresor de normas hogareñas, me dejé estar. No me gustaba eso sí la idea de ir a Lima solo, la ciudad del caos es simplemente aterradora cuando no sabes por dónde abordarla, cuando no sabes que microbús tomar para desplazarte. Por lo general yo todo lo hacía en taxi, me costaba un ojo de la cara, pero intentaba evitar zonas y gentes peligrosas.
Tocaba preparar un pequeño y solitario plan B. El plan A era ir con Micaela a Lima, aprovechar la mañana al máximo. Mi nostálgico masoquismo me hacía recordar lo que no iba a suceder. Hubiésemos llegado a Lima muy temprano, luego habríamos llegado en taxi a ese decente y limpio hotel cerca al Estadio Nacional donde me había quedado otras veces cuando fui a hacer mis trámites en la embajada, ubicado cerca a la Panadería Rovegno, a donde iríamos después de instalarnos en el hotel, a desayunar unos panes de formas e ingredientes inverosímiles con un zumo de naranjas recién exprimidas.
Luego, a dar una vuelta por Miraflores a sentir el distrito más literario de Lima, a buscar un restaurante criollo sin mucho ostento pero con buena sazón. Dejo de pensar, entiendo que éso no sucederá. El plan B cobra fuerza, el tránsito en Lima será en solitario.
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