lunes, julio 05, 2021

En la planta de tus pies. Capítulo 8

Novela En la planta de tus pies

8. De Trujillo a Barcelona, de Barcelona a Viena

El consulado dijo que sí, en un mes Micaela tendría la visa, y yo, el abrazo que tanto tiempo venía esperando. Mi chica siempre me generaba más ternura que pasión, más inocencia que desenfreno, más besos en la frente que en la boca. Me había equilibrado la vida luego de haber sufrido por una mariposita traicionera, una trujillana francesita de cabellos ondulados que me tuvo a mal traer por bastantes meses.

Por fortuna, para las fechas de viaje de Micaela, la demanda de billetes disminuía así que el gasto fue menor. Luego de comprar el billete sobraron más de 200 euros que se veían atractivos para algún otro plan. Digamos que, para viajar a algún lugar cercano, pero fuera de España.

Recordé que hace algunos años, en un chat de MSN, al que ingresaba para practicar mi desmemoriado inglés, conocí a una mujer en una situación extrema. Intercambiamos mails y ella sintió que mis palabras le sirvieron para tomar una decisión importante. Me dijo que me lo agradecería toda la vida y me invitó a conocer Viena, su ciudad.

En aquel entonces, cuando me ofreció su casa para hospedarme, viajar a Austria, por mi propia cuenta, era como ir a Marte, una posibilidad muy lejana. Pero luego de salir de Cultius Rossa con algo ahorrado y con el viaje de mi novia ya cubierto, era algo más posible.

Lo peor que podría suceder era que mi austriaca amiga Viktoria fuese una sicópata y contactase tipos por internet para hacerlos viajar y luego asesinarlos y trocearlos. Afortunadamente el intercambio de mails, fotos y confesiones amicales creaba confianza en esa aventura de ir a conocerla cara a cara, a ella y a su familia.

Luego de informarle que tenía disposición de viajar, Viky se entusiasmó a morir y me dio las fechas que estaría libre para enseñarme la ciudad. Saqué el billete de ida y vuelta y, recién entonces, les conté a mi madre y hermanos que me marchaba a conocer a una gran amiga que nunca había visto en persona.

Su enorme y rosáceo marido nos recibió en paños menores, luego de que ella me recogiese del aeropuerto y posteriormente hubiésemos visitado una encantadora calle del centro de la ciudad. Comimos una pizza de sabor sacrosanto que me hizo recordar a mi favorita de Trujillo, Pizzaninno. Llamé a Micaela desde el móvil de Viktoria para que sepa que había llegado bien y ella llamó a mi madre para decirle lo mismo.

Durante esos días visité la casa de Hundertwasser y disfruté de los chocolates Mozartkugel. Floté en el Palacio Belvedere y quise fotografiar “El beso” de Klimt pero mi cobardía pudo más, los vigilantes eran enormes y hasta las guardianas parecían atentas a vigilar que nadie saque una cámara para registrar imágenes.

Viktoria fue una anfitriona de primera, su marido habló conmigo en un español masticado y sus hijos tenían paciencia con mi inglés, un inglés que probablemente estaba más desactualizado y con menos fluidez que el que, como estudiante, pronunciaba en el jirón San Martín, en el instituto de idiomas de la PUCP, hacía 15 años atrás.

También fuimos al Life Ball o Fiesta por la Vida, organizado por Gery Keszler y Torgom Petrosian, y que servía para recaudar fondos para las víctimas del Sida. Miles de miembros de la comunidad LGTBI llegados de diversas partes de Europa paseaban con disfraces surrealistas y gestos empáticos.

El último día pasamos por el Ópera y comimos panqueques en un gran parque junto al río Danubio. En esa ocasión fuimos junto a su hija Elisa, una chica encantadora y de rostro clavado al padre. Por la tarde merendamos en un restaurante en la orilla del Neusiedl am See. Muy cerca estaba la casa de Viky, tocaba despedirme de ese lugar que era el paraíso, las casas a 50 metros o más, la una de la otra. A las justas conocían a sus vecinos.

La despedida fue sublime, Viky me abrazó tan fuerte que sabía que ese sería el primero de varios encuentros. En el avión de vuelta a Barcelona, tuve una sensación curiosa, había descubierto que finalmente las personas somos muy parecidas, más allá del aspecto y el idioma, el agradecimiento es algo que Viky nunca había olvidado. Yo no fui a que me agradezca por esa furtiva conversación por chat en la que me contaba una duda tan espinosa como vital. No sabía si dejar a su familia para irse con el hombre que amaba, un pintor egoísta y aniñado, o quedarse en casa por sus hijos, y, obviamente, con el marido, un tipo que la había engañado con muchas mujeres, luego de trabajar en Moscú 5 años.

Tal parece que los comentarios que le lancé, los comentarios de alguien que nunca se había casado, de un chiquillo que ni siquiera había convivido con una pareja, calaron en su forma de ver las cosas. No se fue de casa. Tiempo después supe que su marido perdió el trabajo.

Ella trabajaba en 3 lugares para mantener la casa de ensueño con hipoteca de pesadilla. En el aeropuerto, tras el abrazo que me dio, vino seguidamente un pico, intuyo que era un “hasta luego” con los labios.

Llegué tarde a Premià de Mar, era junio y las noches comenzaban a llegar incluso más tarde que yo. Llegué con los chocolates en la mano para mamá, ella se detuvo a mirar bien el perfil de Mozart en la caja de chocolates, por un momento. Pensó que eran cds.

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