INTRO
Un inmigrante peruano llega a Barcelona por segunda vez, con el deseo de un mejor bienestar económico. La primera vez duró sólo 6 meses y regresó al Perú porque la soledad lo mataba, día sí, y día también.
Llega para instalarse, trabajar y traer a su novia que dejó en Trujillo, esa ciudad de la costa norte del Perú donde de adolescente vio crecer sus deseos de ser escritor.
Micaela es el nombre de la chica, bella por donde la vean, dulce como ella sola, pero descreída de todo, excepto del amor de Santiago. Su amor por el protagonista fue creciendo aún más en la distancia. Más acá, o más allá del mar, según de dónde lo veas.
Luna tenía una vida monótona, trabajaba en la frutería de un supermercado de Premià de mar y sus historias más alucinantes sucedían sólo en su cabeza. En ellas se arrancaba de la realidad tranquila, soleada y familiar en la que se hamacaba y vivía historias de amor comprensibles sólo para ella.
Nunca pasó por su mente que un peruano, 8 años menor que ella, con diversos complejos, sacudiría todo su mundo y los cimientos de su existencia a punta de encuentros donde se devorarían mutuamente el alma.
* Esta novela está basada en hechos ficticios. En ningún momento representa hechos reales.
* Esta novela fue enviada a diversas editoriales. En ninguna se llegó a concretar su publicación.
* Todos los derechos reservados.
1. El egresado
La universidad se había terminado y Micaela y yo dejábamos el campus, cogidos de la mano, yo orgulloso de mi carrera apenas culminada, ella aliviada tras terminar la mediocridad, relajada de haber acabado unos estudios superiores que nunca disfrutó. Micaela siempre fue aplicada, responsable, impecable como su nariz, ese pequeño triángulo sin defectos que resaltaba en su rostro. A veces le preguntaban si se había operado, si alguna cirugía había perfilado esa parte de su cara, ella sonreía diplomáticamente y decía que no, que había nacido así, tuvo esa suerte. Tanta era su desidia ante la carrera culminada que Micaela no fue a la graduación, no quiso, no le daba la gana, le resbalaba cualquier acto que le hiciese recordar su paso por aquella universidad nacional que la retuvo cinco años. Micaela, como alumna y compañera, siempre fue adorable, con un genio que no cualquiera entendía pero que todos respetaban. Nunca necesitó pegar un grito, su mirada seria bastaba para mostrar que algo no le agradaba o para desaprobar algo con lo que ella no estaba de acuerdo, por eso era adorable, por sus momentos de desacuerdo sin exceso ni cara larga. Una damita de cintura imposible, caderas amplias pero preciosas y modales muy femeninos, de los que ya no lleva la mayoría de mujeres de este siglo.
Yo había tenido un paso fracasado por la Facultad de Económicas pero enmendé y postulé a la carrera de Ciencias de la Comunicación e ingresé. Sólo el transcurso de la vida te explica cómo fue que uno tomó decisiones tan complicadas, recuerdo cuando papá decía que moriría de hambre con esa carrera, él ya me veía como a un exitoso economista, quizás con un cargo en el Banco Central de Reserva o como analista dando cátedra en algún programa de televisión. No fue así, me largué de Economía como quien se escapa de un ligue feo y aburrido, hui raudo y sin dirección. Lo mío era comunicar, precisamente esa característica vital de la que tanto carecía. Siendo un joven al que le costaba vocalizar y establecer rápidamente un nexo o cualquier tipo de empatía con los demás, en mi flamante carrera aprendería a desarrollar mejor mis dotes comunicativas. Lo mismo sucede con los estudiantes de Psicología, pensaba yo, todos están algo chiflados, medio locos, interesados y obsesionados por la forma de su mundo interior, preocupados por saber por qué piensan lo qué piensan y culpables por sentir lo que sienten. Así, yo también, por algún milagro del destino no desarrollé una tartamudez galopante, pero en situaciones difíciles, por ejemplo al asistir a alguna entidad pública para realizar algún trámite, antes de soltar mi petición, necesitaba tragar saliva. No iba a patear algún penal en un partido oficial de fútbol ni a exponer una tesis doctoral, simplemente necesitaba abrir la boca para solicitar un duplicado de DNI pero los nervios me devoraban a medias… y a medias yo hablaba.
Es curioso cómo llegamos a creer que una carencia puede volverse en vocación. Ahora descubro por qué los psicólogos no me han servido de nada, aún cuando no haya visitado a alguno.
Micaela era becaria en el área de recursos humanos de la filial de Trujillo de la cervecera más grande del Perú y, aunque ya había terminado la carrera, su jefa la iba recontratando hasta llegado todo un año que era lo permitido en su situación de becaria. Aún así ganaba el doble que yo que era encargado de un departamento de comunicación de un ballet folklórico, eso nunca me amilanó, al contrario, en aquel entonces solía pensar en la teoría de que el salario iba ligado a la calidad profesional del trabajador, una quimera de mi juventud, pero en el caso de Micaela era así. Entraba a trabajar a las ocho de la mañana y salía cerca de las seis de la tarde, algunas veces se quedaba hasta las ocho o nueve de la noche. Todo su dinero iba a su cuenta de ahorros y de allí casi no salía, ella sabía que ese trabajo era temporal, guardaba pan para mayo, pero era tan ahorrativa que creo que también guardaba pan para junio, julio y agosto. No solía invitarme nada, nuestra costumbre medieval de que el hombre siempre invitaba no se alteraba. Lo que yo no imaginaba era que el día de graduación ella iba a preferir trabajar en vez de ir -con toga y birrete- a recibir su diploma de bachiller.
Cuando faltaba una semana para la graduación intenté, por enésima y última vez, convencer a Micaela que deje de lado todo aquello que ella denigraba: los profesores, la universidad, el programa de estudios, algunos compañeros, el campus, la pizarra, las carpetas, el novio… Ella sonrió con lo último, decía que quizás, sólo quizás, una de las cosas buenas que le sucedieron en la universidad fue conocerme y ser su novio. Yo esbocé una
sonrisa que se borraba rápidamente al recordar que de todas formas ella estaba segura de no ir a la ceremonia de graduación.
- ¿Te puedo pedir algo?
- ¿Qué cosa?
- Ya que no irás por nada del mundo a la graduación. Anda por mí, por favor, no tienes que llevar birrete ni toga, anda como mi invitada. Ese día tienes que compartirlo conmigo, es importante para mí.
- No me pidas eso, no quiero saber nada de esa universidad.
- Pero eres terca, no hablo de la universidad ni de profes ni de compañeros, hablo de mí, de nosotros.
- El terco eres tú, da igual el motivo, yo no quiero ir a esa graduación, lo siento por ti pero no iré.
- Entonces le diré a alguna amiga que me acompañe y de paso me tome las fotos.- Dije esto para sacudirla, para apelar a sus celos y presionarla a que me acompañe en la graduación, quizás con una posible presencia femenina a mi lado en ese momento tan importante ella cedería. Ni caso.
- Como quieras Santiago, lleva a quien quieras, pero yo no voy.
- Sí, me ha quedado claro. Que disfrutes de tu trabajo ese día.
Quise decir “que disfrutes de tu puto trabajo en esa mierda de planta” pero no lo hice, no solía decir palabrotas delante de Micaela, y a ella nunca la oí decir palabrotas, salvo al final de nuestra relación cuando ya no soportaba ni siquiera mirarme y nuestras discusiones envenenadas entristecían nuestra habitación en ese piso de Barcelona donde viviríamos años después con mi madre y mis hermanos.
El día de la graduación llegó y por la mañana mientras esperábamos la llegada del decano y el rector Micaela me llamó por teléfono para desearme que me vaya bien, que disfrute ese día, que celebre mi logro académico y personal, me felicitó mencionando todos aquellos argumentos que le solté yo y que usé como armas para convencerla. “Micaela, da igual la universidad, tú has estudiado, has aprendido, has crecido como persona, has logrado algo que mucha gente en este país no puede tener: un título universitario ¡Eres una profesional!”, frases como estas le importaron nada, era una roca impenetrable y sorda. Me acompañó una amiga que ni siquiera dudó en ser mi cómplice esa mañana soleada en el auditorio principal de la Universidad, fue ella y mi padre, el resto de mi familia ya estaba en Barcelona viviendo. Éramos cuatro, mi padre, mi amiga Bea, mi padre y la ausencia de Micaela, quizás esta última la mayor presente de todas. No sé qué incomodaba más si la toga repugnante y negra que ahogaba mi corbata o si las innumerables preguntas sobre Micaela que me hacían todos los compañeros.
Una pareja de amigos, Chechi e Iván, se unió a la celebración y la delegación se hizo mayor. Después del protocolar lanzamiento de birretes al cielo y después de que mi ex novia, Lali, esa mariposita traicionera que me dejó por otro y que estaba detrás de mí antes de dicho lanzamiento gritándome que no le tape la cara con mi birrete, vinieron los abrazos fraternales, las fotografías del recuerdo con los familiares y amigos. Algún compañero despistado llevó incluso al perro, todos en la foto, y yo pensé que quizás Micaela, en ese preciso instante tenía algo de razón, tampoco era para tanto. Que en ese auditorio no se estaba beatificando a nadie, solamente era una graduación, pero los peruanos somos así, cualquier motivo era bueno para celebrar. Yo tuve varias fotos, ninguna con Micaela claro está pero varias con Bea que me abrazaba y orgullosa de mi logro ponía el cartón de la licenciatura entre sus blancos pechos escotados por un vestido azul y el mío, apretado por el traje y la toga.
Lo mío con Micaela fue una relación linda, y en buena parte gracias a ella y a que en su manera de ser no estaba ese extraño gen que convierte a las mujeres en rivales de los hombres. Ella siempre supo ser una aliada, una compañera, un apoyo, con dinero está claro que no podía contar con ella, primero, porque antes de trabajar en la planta de cerveza a las justas iba con dinero para su transporte público rumbo a la universidad y segundo, porque cuando ya trabajaba ese dinero era una reserva económica para un posible futuro complicado. El colmo de la austeridad y la prevención, pero a mí me daba igual, no era ostentoso ni esperaba mucho de ella en el aspecto material. Me ayudaba a ordenar mi vida, mi casa, sobre todo mi cuarto que no era un caos total pero que con el aporte y las ideas decorativas de buen gusto de esta mujer solía convertirse en un lugar más que acogedor.
Micaela tuvo dos novios antes de estar conmigo, dos experiencias algo surrealistas. Yo le decía que yo los consideraba novios porque uno no besa a quien no quiere, nadie la obligó a hacerlo. Sus noviazgos fueron breves, uno duró dos días y el otro una semana. El primero fue el más tragicómico, mientras ella estudiaba en la academia preuniversitaria fue blanco de la mirada de varios muchachos que veían en ella una mujer preciosa, el leve ondeado de su cabello negro resaltaba su perfil y sobre todo su nariz de dibujo animado japonés. Y precisamente es el perfil lo más notorio de cualquier chica que durante clase sólo se dedica a tomar nota de sus lecciones y a comprender las clases del profesor de turno. Ese perfil era admirado por un joven que decidió lanzarse un día. Lo que él no sabía es que Micaela también sentía atracción por él. Nunca me dijo su nombre ni tampoco me dio mayores detalles del desafortunado romeo preuniversitario, yo siempre era celoso, incluso del pasado de ella, no es que me hubiese gustado ser su primer novio, es demasiado pedir en estos tiempos, pero me incomodaba oír historias de sus ex aun cuando ella no los consideraba como tales. El lanzado pretendiente averiguó la dirección de Micaela y por la tarde fue a verla. Tejió una charla amena y entre rajes a algunos compañeros y bromas sobre los profesores más pelmazos de la academia encontraron la empatía necesaria para estar por lo menos tres horas sentados conversando al costado del portal de la casa de Micaela, junto a ese jardín al que yo iría a sentarme con ella muchas veces. Pero los labios de Micaela eran vírgenes, nunca rozaron siquiera por casualidad alguna boca masculina, hasta esa tarde.
Micaela recibía los últimos rayos solares en el rostro, el sol se ponía y podía ser visto desde el frontis su casa y el advenedizo que la acompañaba no soportó las ganas, se paró, ella le siguió y también se puso de pie, comenzó a despedirse y a recordar qué cursos vendrían el día siguiente. Ganaba tiempo antes de atreverse. Micaela esbozaba una sonrisa y cuando se dio cuenta una boca acometía la suya, sin capacidad de reacción sólo atinó a sentir los labios secos de esa inesperada visita. Recordó que en las películas románticas cuando te besan cierras los ojos, ella lo hizo pero siguió sin sentir nada. Sus brazos se elevaron como resortes hasta el pecho de él y lo alejaron. Él rio, ella sonrió. Abrió la boca, esta vez de manera voluntaria y dijo que tenía que entrar a casa mientras en su cabeza la palabra amor seguía sin tener un significado real ni material. Hasta mañana Micaela, ella respondió con un chau desangelado, avergonzado.
Lo que había sentido por ese chico era gusto, le gustaba mirarlo en el salón de clase, apreciarlo de lejos, ver su andar y su manera amable de comportarse con los demás. Lo que había sentido durante ese beso fue disgusto, se sintió invadida, deseada, irrespetada, porque así era ella, de pensamiento conservador y sesentero. Entró a casa, subió las escaleras a su habitación y pensaba en que su cama era el mejor lugar donde pensar. No disfrutó en ningún momento de ese beso. Al día siguiente le dijo a “juan pérez” que no se haga a la idea de nada, que estaba feliz sola, que no vuelva a verla a casa. El noviazgo acabó. El chico no sabía besar o a ella no le gustó el beso. Misterios que sólo las mujeres saben comprender de las mujeres.
La historia del segundo novio frustrado fue aún más desgarradora. Micaela iba en grupo rumbo a la estación de bus, que en Trujillo es cualquier esquina, si los buses pudiesen hacer que los pasajeros suban sin detenerse en la esquina lo harían. Sobre la puerta de salida de estas unidades caóticas de transporte suele encontrarse pegatinas con frases como “Baje con el pie derecho”. Si el bus va con prisa y no se detiene del todo, bajar con el pie izquierdo puede ser nefasto, casi seguro te ganas una estrellada contra el suelo, mientras giras a mandar a la mierda al chófer o al cobrador, estos casi seguro ya se han largado. Frente a la universidad los buses se detenían más tiempo, no subía un pasajero, subían muchos, más de la mitad del bus se rellenaba con estudiantes. Micaela subió al bus, buscó un asiento y se sentó poniendo sus cuadernos sobre sus piernas. Cuando se percató, un compañero de grupo que vivía a tres calles del campus también subió y se paró junto a ella, algo se traía entre manos.
- ¿Te acompaño a casa?
- ¿Y éso?
- Nada, sólo que quiero acompañarte a casa porque siempre veo que te vas sola.
- Sí, pero ¿y?
- Que no es bueno que vayas sola, te puede pasar algo.
- Tranquilo, nunca me ha pasado nada. –Micaela pensó que es junto a ese compañero que le podría pasar algo.
- Lo que pasa Mica -¿Mica? Repitió Micaela para sus adentros- es que hace tiempo que yo quería…
- ¡No!
- ¿No que?
- No me sueltes rollos.
- Micaela tú me gustas, me gustas mucho.
Micaela quería bajarse inmediatamente del bus pero tendría que esperar quince minutos para tomar el siguiente y no se le daba la gana de hacerlo sólo porque a este otro anónimo (tampoco me dijo su nombre) se le dio la gana de mandársele, de declararle su amor en pleno viaje de bus.
- Yo sé que no me conoces mucho Mica – ¡otra vez Mica!- pero te darás cuenta que soy un chico genial, te voy a querer como nadie te ha querido. Es verte pasar todos los días rumbo a clase y me cortas el aliento. -Micaela pensó en mandarlo a un otorrinolaringólogo en ese momento.
- No sé qué decirte, me coges desprevenida, yo no quiero estar con nadie -y mucho menos contigo, pensó.
- Eso es normal, te has acostumbrado a la soledad, pero luego no querrás despegarte de mí.
La escena se hacía cada vez más fastidiosa y los pasajeros formaban un semicírculo alrededor de ellos para escuchar y apreciar con más facilidad la declaración del muchacho en el bus. Micaela comenzaba sonrojarse, su nariz quería esconderse de la vista de la gente y ella deseaba lanzar por la ventana al romántico de turno.
- Lo siento, no pienso estar contigo ni con nadie, no insistas.
- ¿Estás realmente segura Mica? -y dale con Mica el atontado este.
- No me llamo Mica.
- ¡Pero a que suena lindo! -Una abuela sentada detrás de Micaela asintió con la cabeza dándole la razón.
- No-voy-a-es-tar-con-ti-go. Entiende. No pierdas tu tiempo.
- El sábado hay una peli buenaza, vamos. Por favor, por favor Mica. Si nunca estás conmigo no sabrás cómo seríamos como pareja. Hagamos un intento. –Unos adolescentes que portaban mochilas pintarrajeadas con bolígrafo se reían y Micaela se hartó.
- ¡Ya, sí, está bien! ¡Seremos novios pero por favor déjame en paz! -La abuela que yacía sentada detrás de Micaela negó con la cabeza, se cogió y se abría camino hacia la puerta para bajar del bus. Micaela no acababa de creer lo que había respondido.
Al menos el beso que recibió a cambio de su impensada respuesta no fue en la boca, el muchacho, esperanzado en un sábado genial se le acercó, la besó en la frente y se bajó del bus gritando ¡El sábado te llevaré flores Mica! Los pasajeros se volvieron a dispersar en el pasillo y Micaela al menos pensó que hasta el sábado tendría pensado en cómo desbaratar la cita romántica cinéfila del pesado ése que se subió al bus a atormentarla con un amor preuniversitario sabido de sólo dios sabe dónde.
El sábado llegó y Micaela había olvidado por completo la cita. Fue al escritorio de su habitación a escribir una carta que no duela al ser leída, quería inocular anestesia en vez de tinta al bolígrafo, quería escribir una carta en un papel impregnado de formol, quería hacer una carta que acribille con balas de goma el amor del chico del bus. Se empeñó en que así sea, tras dos horas de escribir y corregir, después de cinco papeles hechos pelotas y rayados en el tacho de la basura de junto del escritorio, sintió que acabó. Pidió a su madre y hermanos que no le pasen ninguna llamada de ningún chico. Mientras veía una película en su habitación oyó el ring ring del teléfono más de ocho veces, entre las cuatro y las siete de la tarde. Ni se inmutó, sólo le dieron pena las flores. ¿A dónde irían a parar? Ojalá se las dé a su madre.
El lunes siguiente Micaela le dio la carta a una amiga en común que tenía con el muchacho de la declaratoria de amor en el bus. Minutos después, al otro lado del aula, mientras la clase de Lógica, el romántico de turno abrió la carta y la leyó. Micaela quería ver su reacción. Una vez terminada la lectura el muchacho dobló la carta tantas veces hasta hacerla un cuadrado compacto muy pequeñito, la guardó en el bolsillo de la camisa y nunca más le dirigió la palabra a Micaela para sostener algún tipo de charla. Sus diálogos comenzaban y terminaban con un hola.
La vida amorosa de Micaela tomó cierta forma cuando decidió estar conmigo. Fueron cerca de seis años los que estuvimos juntos, si fuese posible quemar el tiempo ella debe haber deseado con todas sus fuerzas hacer arder el último año que fuimos novios. Porque la hice sufrir, porque le mentí, porque ya amaba a otra persona y nunca encontré la manera de decírselo. Cuando he mentido ha sido para evitar el sufrimiento a otras personas. Quizás lo hice como se mienten los maridos y las esposas, los cónyuges cobardes y convenidos que ya no se aman pero que siguen juntos por los hijos, a quienes también mienten, y porque uno solo no puede pagar la hipoteca, puede que yo haya experimentado e irradiado la mentira de ese tipo.
Micaela no se graduó, no recibió el diploma de comunicadora social de manos del corrupto decano, tampoco se tomó fotos con las dos únicas amigas del aula a las que apreciaba… ni mucho menos se fotografió conmigo en ese día tan importante. Ese desaire se convirtió en uno de los mayores reproches de allí en adelante, se lo iba a recordar en cada discusión que habría. Por el contrario, yo valoré mi carrera, lo que viví en esa probeta de la vida que es la universidad, donde amores y desamores giraron en torno a mí y a los amigos que me acompañaron en ese viaje loco pero académico también. Para mí acabó una carrera de largo aliento, para Micaela terminó un suplicio.
Desdoble uno
Hace siete meses dejé la universidad, trabajé como encargado del departamento de comunicación del ballet folklórico más famoso y reconocido de Trujillo. Una asociación manejaba a dicho ballet así como también a su instituto de danzas folklóricas, una asociación que se encontraba en manos de un tipo que cae muy bien el primer día de conocerlo, un sujeto amable, educado, culto, ex alumno de la Escuela de Bellas Artes Macedonio de la Torre de la ciudad y constante protector del ballet folklórico. Pero tras diez meses de trato descubrí que no era más que un soberbio y prepotente hombrecillo, a pesar de su metro noventa, que buscaba algo de reconocimiento social, un vividor de la asociación de la cual era secretario pero hacía y deshacía con la venia de un despistado presidente y otro desprevenido tesorero. Allí laboré hasta que ya no soporté la mediocridad terca y humillante del aspirante a pintor que, con lacerantes directivas dadas desde la ventana de su segunda planta, dirigía esa institución. Me largué sin despedirme de casi nadie, siempre que me he ido de un lugar de trabajo lo he hecho así. De niño me enseñaron a decir adiós pero nunca a despedirme.
Estoy en casa, revisando en el ordenador las fotos que hice del ballet folklórico y de las actividades que organicé en favor de los alumnos del instituto. Me despedía así, a mi manera, de ese lugar. Suena el teléfono, vivo solo, mi padre no está, mamá y mis hermanos viven hace algunos años en Barcelona. Vuelve a sonar el teléfono, tengo un presentimiento raro, la despedida que hacía a través de las fotos no es más que el inicio.
- Aló?
- Hola hijo
- ¿Cómo estás mami? ¿Cómo están todos?
- Bien, bien. ¡No sabes!
- ¿Qué pasa?
- Ya aprobaron tu visa
- …
- Hijo, salió positivo
- Sí ya oí, es que no pensé que saldría tan rápido.
- La otra semana vas a Lima, a la embajada, para que hagas los trámites que te faltan.
- Sí mami, qué alegría, al fin.
- Muy contento no te veo hijo. –dijo te veo como si en realidad me estuviese viendo.
- No mami, es sólo la sorpresa. Me voy a duchar, mañana hablamos. Besos para todos.
- Chau mi vida, ya nos veremos prontito eh. Un abrazo.
- Adeu mami.
Me sorprendo incluso de haber dicho Adeu. Me gusta decir algunas palabras en catalán para un posible viaje futuro a Barcelona, pero ahora ya no debo pensar en un futuro viaje, porque el viaje ya está aquí encima. Tras varios meses de gestiones en España y en Lima me conceden una visa de trabajo para España. De vuelta a Barcelona, ciudad a donde viajé algunos años atrás pero donde no soporté la soledad y cogí el vuelo de la nostalgiade vuelta a Trujillo. Esta vez será distinto, muy dentro de mí esa certeza se hace dura y se agolpa en mi garganta, y la trago como si tragase una roca. Vuelvo al ordenador, me siento y pienso si cabrá en la maleta o si tendré que comenzar a grabar decenas de discos con mis fotos, vídeos y documentos más importantes. Micaela, es el nombre que inmediatamente después viene a mi cabeza, a la mierda los archivos que debo llevar a Barcelona, a quien debo llevar es a Micaela, mi chica, mi lokita, que es como le digo siempre, por más que haya sido siempre más cuerda que yo, lokita es la palabreja que le cae precisa a su mirada de desquiciada cuando se enfada, las pocas veces que lo hace.
Madre mía cuando se lo cuente, llorará, sí, llorará, llorará como he comenzado a llorar yo ahora que me imagino la escena. Mejor me ducho, no pensaba ducharme, era sólo una excusa para cortarle el teléfono a mamá, pero sí, mejor me ducho y así con la sesera fría pienso en cómo contárselo. Será difícil. Micaela es calma, es ecuanimidad, es discreta nostalgia, sabe controlar sus sentimientos más extremos, pero por alguna razón siento que la noticia de mi partida la hará caer. Es lo que hay, es lo que habrá, lágrimas de un lado y de otro, y es sólo el comienzo de una serie de despedidas que durarán algo de tres meses tras los cuales cogeré el avión. Nuestros planes son irnos juntos a España, trabajar en busca de un mejor nivel de vida, estudiar, tener hijos como que no, Micaela nunca ha querido tener hijos, siempre ha pensado en adoptar uno. Pero para que todo eso suceda primero debía ir yo, y el avión ya se ve asomar a lo lejos. Pienso en lo caro del billete, pienso en cómo conseguir dinero para viajar, pienso en el tiempo en que estaré lejos de la lokita, ¿cuánto tendrá que pasar para que ella pueda viajar? No existe suerte, sólo somos ella y yo, dependerá de cómo y cuánto nos queramos en la distancia. ¿Me esperará o me dejará a los tres meses de partir la primera vez que viajé a Barcelona como hizo la mariposita traicionera de Lali? No lo sé, no lo creo, Micaela es distinta, es otra, y a mí me hizo otro. Ella recogió el estropajo de alma que dejó Lali y lo hizo más hombre, me suturó los jirones de dignidad que colgaban de mi andar. Micaela, niña linda, niña mujer, lokita del amor, lokita que te me has incrustado en el corazón, qué difícil es irme ahora. ¡Qué difícil!
Me meto a la ducha, el agua tibia no enfriará en absoluto esta saudade de alguien que aún no se ha ido. Mientras me enjabono miro mi vientre y ya no soy el cuerpo de cigarrillo que era antes, mis músculos han engrosado, las piernas y los brazos me han hecho más interesante, o al menos eso decían algunas de mis amigas. Un par de veces me pellizcaron las nalgas dos alumnas del instituto de danzas folklóricas, no supe qué decir, no tenía ni idea de cómo reaccionar ante algo así. Oí un rumor, un chisme gracioso, el encargado del departamento de comunicación tenía buen culo. Me enjabono la espalda y miro mis caderas pálidas y sosas, mis piernas con vellos ondeados. Me veo normalito, chato, crudo, con poca gracia, con algo de panza. Concluyo diciéndome que no entiendo a las mujeres. ¿Qué hace que una mujer se fije en un hombre? ¿Qué hace que a una mujer le guste un hombre? ¿Qué hace que una mujer se enamore de un hombre? Tres preguntas muy distintas, tres preguntas cuyas respuestas llevan a tres mundos diferentes. Medito en estas tres infinitas preguntas mientras comienzo a enjuagarme. Si fuese mujer no me fijaría en un tipo como yo, eso está claro. Gracias Micaela por fijarte en mi alma y no en mi cuerpo. Ahora me cambio y voy a verte Lokita, y nos iremos al Asturias por un café, pienso.
Llego a casa de Micaela, toco el timbre, asoma por su ventana una nariz imposible y unos cabellos brillosos mojados. Ahora bajo amor. La familia de Micaela era algo rara, nunca le celebraron un cumpleaños, ni a ella ni a nadie, sólo hacían una pequeña comida por el almuerzo de su madre, los cumpleaños de los demás eran como lunes sin importancia, un abrazo por la noche –ni siquiera por la mañana- y buenos deseos dados verbalmente y ya está. Por eso cuando aún éramos amigos y me dijo que ese día que volvíamos de clase en el bus era su cumpleaños la abracé, le compré un trozo de pastel en una tienda cercana a su casa, le puse una vela que también compré en esa misma tienda y la llevamos a casa. Hice todo éso y me sentí tacaño y triste, tacaño aunque me gasté casi todo el dinero que llevaba en mi bolsillo de estudiante universitario y triste porque esa chica se merecía el cariño y una fiesta por parte de su familia. Pero no fue así.
Micaela baja y me da un beso en la boca en el mismo lugar donde le hizo asco al beso de un admirador embobado algunos años atrás. Extiendo la mano y un taxi se detiene, después de negociar el precio de la carrera el conductor nos abre la puerta. Lokita me cuenta como le fue el día, el diálogo es siempre fluido, a veces yo la atropello con mis comentarios incisivos sobre su jefe –un huevas tristes que quiso cortejarla- y sus compañeras más insoportables. Ella espera a que termine se soltar mi crítica espontánea sonríe y sigue narrándome su día laboral. El taxista mira por el retrovisor, primero a mí y luego a Micaela, su mirada se detiene más tiempo en Micaela que en mí, lógicamente. No me enfado, mi novia es guapa, su cintura es de Venus y sus caderas de Júpiter, si no le hubiese puesto Lokita la hubiese llamado Marcianita.
- Y no sabes qué quería el gracioso de mi jefe. –Me olvido del taxista y paro la oreja.
- ¿Qué quería el chinito atontado ése? –Así llamaba a su jefe, que también era el encargado de recursos humanos de la cervecería.
- Ir a mi casa mañana sábado a dejarme unas fotos para hacerle un collage en photoshop a su hija recién nacida.
- ¿Y por qué no se lo hace su madre? Qué excusa más estúpida hacen algunos hombres para ver a una mujer. ¿Y tú qué le dijiste?
- Le dije que no iba a estar, que iba a salir con mi novio de paseo. Y dijo que porqué salía tan temprano contigo.
- Mira, no lo conozco a tu jefe personalmente pero estoy seguro que se la da de casanova pero debe tener una cara de baboso que no puede con ella.
- Ya amor déjalo, además te lo estoy contando porque siempre lo hago.
El viaje se hace corto y el suspenso también. Mientras charlamos la ciudad pasaba por nuestros costados en dirección contraria. El invierno trujillano es una cosa sumamente inofensiva, no bajamos de 15 grados, un jersey grueso o una chaqueta bien equipada son suficientes. Las seis y media se asoman fosforescentes en el reloj que yace sobre la guantera del taxi, el sol no se marcha y sus rayos rebotan en los asientos creando una atmósfera cálida. Llegamos al jirón Pizarro y bajamos, al entrar al Asturias el camarero que es igualito a Tulio Loza nos lleva a una mesa, nos conoce de tiempo. Me pregunta si quiero un pecado de lúcuma y yo le respondo que esa pregunta ni se pregunta. Micaela pide una ensalada de frutas y un té. Me gustaría no tener tanto amor y deseo por tartas y postres, tener un régimen alimenticio más sosegado como Micaela, pero no puedo, el diablillo goloso que llevo a todos lados gobierna mi cerebro y mi lengua y siempre me ordena sabores dulces, el inseparable pecado de lúcuma, o quizás un tiramisú o un suflé de frutas o tal vez un bavarois de melocotón o puede que mejor sea centrarme en el pecado de lúcuma que ahora comeré, ya habrá tiempo para más causas de mi futura diabetes. Disfruto el pecado de lúcuma y Lokita me dice que lo mastico muy lentamente como si no fuese a hacerlo más. Le digo que no es eso, que lo pruebo con nostalgia porque… ya me dieron la visa. Lo digo así de golpe, Micaela agacha la cabeza y pilla con la pequeña cuchara un trozo de melocotón y una uva. La levanta pero a medio camino entre el plato y su boca devuelve la cucharita a su sitio y su rostro se ablanda, abandona el postre, coge mis manos y me dice que me ama y que ya sabía que eso iba a suceder pero que igual duele. Los dos soltamos unos lagrimones que salen a cuentagotas, escasos, simplemente porque no serán los únicos que se derramarán antes del viaje.
Nos prometemos estar bien, tomarlo con calma, al fin y al cabo es solo un distanciamiento temporal y espacial breve, hasta que ella puede viajar a Barcelona para estar conmigo, hasta volver estar juntos, la esperanza se sitúa en esa mesa y no nos abandona. Ha sido hermoso el tiempo que hemos compartido hasta ahora, la universidad, el compartir del post trabajo, los viajes en bus a casa y las muy pero muy escasas reuniones con los amigos, más míos que de ella.
Micaela dejaba muchas cosas por estar conmigo, antes de trabajar en la cervecería fue becaria en una oenegé, miserable como pocas, le pagaban un sueldo irrisorio, casi imperceptible. Cuando salía de allí iba a casa y comíamos juntos a mediodía, lo gracioso era que comíamos un solo almuerzo entre los dos. Si iba a su casa a comer y luego a la mía a pasar la tarde perdíamos tiempo, por eso prefería ir directamente a verme, luego de la comida veíamos televisión, enrollados en la cama disfrutábamos viendo “Friends”.
Eso se había acabado, la beso, la acaricio, ya no llora, nos calmamos. El camarero viene y se acerca a preguntarme qué quiero de tomar, le pido una botella de agua con gas, cuando se aleja digo en voz queda Gracias Tulio, te voy a echar de menos y Micaela no aguanta la risa y la suelta abruptamente. Me contagia su sonrisa, el camarero gira a vernos, yo me hago el loco, miro hacia la calle para buscar algo gracioso y convencer al camarero de que no nos reímos de él, pero mi treta es tan boba que me causa más risa. Es increíble como del llanto se pasa a la risa más descarada en segundos. Micaela ríe y una lágrima olvidada brilla en su pómulo sin saber caer. Te echaré de menos mi Lokita, pienso.
Al rato salimos del bendito Asturias, levanto la mano para coger otro taxi. Quiero darle la noticia a una pareja de amigos a la que quiero, con ella la amistad es desde que éramos compañeros de carpeta, ingresamos juntos a estudiar Comunicación y es la mujer más alegre que he conocido en mi vida. Él es amigo mío desde que entró al aula de clase y comenzó a dictar el curso de Historia de las ideas políticas, sí, puedo decir que lo “dictaba” porque es un poco dictador, un académico gobernado por sus ideas, a veces contradictorias, a veces contundentemente coherentes, un hombre entrañable que ha hecho de sus desgracias las escaleras para ascender en su vida espiritual. Lo adoran casi todos los alumnos, lo envidian más de la mitad de sus colegas. En un rincón de la urbanización Primavera viven estos dos amigos, dos locos de la risa y la sabiduría, ella y él.
Ella fue la alumna que se enamoró del profesor y que ante la duda del académico sobre si aceptar un romance con una estudiante, optó por darle un ultimátum o te vienes conmigo o esto se acaba, nadie en tu vida te a amar ni a cuidar como yo. El profe, que gobernaba a base de charlas y exposiciones, salones enteros de hasta ochenta alumnos, era doblegado por la ternura de una pupila que lo admiraba y lo amaba, lo idolatraba hasta darse el lujo de darle la puntilla de la felicidad en forma de advertencia final. Su historia daría para una novela entera.
Ese matrimonio único era íntimo y confiable, nos quieren mucho, me quieren mucho, él como a un hijo y ella como a un hermano. Micaela adora llegar y escuchar las historias de supervivencia del profe en Madrid y Barcelona, dos de los lugares a donde tuvo que huir por la persecución política que se ordenó en su contra en el Perú. De haberse quedado quizás ahora estaría muerto o lo habrían sembrado en prisión por algunos años. Tuvo que trabajar instalando cables de luz y antenas en edificios en vez de ejercer como abogado en su tierra. Mientras eso, Eliana, su actual esposa, cursaba la primaria, jugando con las monjas del colegio católico donde la matricularon sus tan conservadores padres. Cómo no adorar a esa pareja tan disímil, tan disparatada, tan cosmopolita en este Perú mojigato en pleno inicio del siglo XXI.
- ¡Santiaguito, qué sorpresa hijo! –y me da un abrazo grande y cálido, de esos que se dan los esquimales cuando tienen frío- Micaela, preciosa ¿cómo estás?¡¡Pasen, pasen!!
- ¿Estaba ocupado maestro? ¿No le cortamos la inspiración de nada?
- Ya sabes que ustedes pueden venir cuando quieran.
- ¿Y Eliana, maestro? –pregunta Micaela.
- Ahora sale, los vio por la ventana y me avisó que eran ustedes. Ahora voy a hacer un té y lo tomamos con galletas de naranja. Mira el nuevo cuadro que estoy haciendo, allá en el pasillo que da a la habitación.
- Profe, desde aquí veo una mujer desnuda -dice Micaela mientras ajusta las pupilas de sus miopes ojos y parpadea- no me diga que es…
- Sí, es Eliana, hace una semana dormimos desnudos después de hacer el amor tres veces–lo cual no se lo creo- y cuando me levanté ella estaba en esa posición así que comencé un boceto y ese es el cuadro terminado.
Yo sonrío porque imagino que ahora Eliana se va a sonrojar horrible cuando baje y sepa que el profe ya nos contó su nueva aparición en dos dimensiones. Pero no. Baja por las escaleras con sus pantuflas de ositos, nos saluda, un beso para mí, un besote y un abrazote para Micaela. Siempre las mujeres buenas se alían y se llevan bien por más distintas que sean.
Eliana estuvo en las filas jóvenes del Opus Dei pero se libró a tiempo, su amor con un profesor fue mal visto, ahora no le interesa posar desnuda para su esposo, aunque en esta ocasión fue involuntario, y aparecer luego colgada en un cuadro de la sala de su adorable casa.
Los miro y siento que es la última vez que los visito, como siempre yo exagero todo, el vuelo saldrá dentro de tres meses pero ya comencé a recoger mis pasos, me río interiormente por el fúnebre chiste que se me ha ocurrido. Les digo que hay algo importante que debo decirles, pero ellos ya se lo imaginan, les digo que en tres meses parto hacia Barcelona. Me miran y luego miran a Micaela, parecen acompasados en sus miradas, el amor a veces vuelve autómata a la gente, ellos tienen momentos así, tienen gestos sincronizados, diría que hasta físicamente han logrado asemejarse mucho. Mi chica sonríe, con resignación y con esperanza, un sentimiento en cada lado, dos medias sonrisas. Luego me coge la mano fuerte y cuando está por decir algo de repente se come sus palabras y opta por respirar hondo.
El profe dice que existen parejas que han aguantado tristezas y siguen juntas, que hay parejas que al menor desencanto se repelen, que la distancia es una prueba que debemos pasar, mientras va dando una pequeña cátedra de lo vivido, va trayendo platitos con galletas anaranjadas y Eliana va sirviendo el té verde unas tazas pequeñas. Luego narra un par de historias de su vida anterior al exilio, en Perú casi lo aniquilan por ser un comunista, un rojo de mierda al que querían desaparecer dice mientras hace puño con la mano derecha.
Le escucho y sé que en algunas cosas exagera, mi vida no será la de un exiliado, ya me hubiese gustado, algunos exiliados son pequeños héroes que se enfrentaron a un poder tirano y tuvieron que marcharse, cambiar de profesión, de calle, de historia, para no ser un nombre más en una lista de desaparecidos. Tuvieron que romper la línea de vida que tenían para sobrevivir. Yo no. Yo voy como un inmigrante más, en búsqueda de un mejor nivel de vida, no aspiro riquezas, sólo llevar una vida digna, sé que tendré que trabajar en cosas de las que no tengo ni idea de cómo funcionan, pero allá iré. Barcelona, no sé cuando comencé a enamorarme de esa palabra, tampoco sé cuando inició la complicidad invisible entre Barcelona y yo. No sólo es el fútbol, es más que eso.
Barcelona para mí es más que una ciudad, es la vida, es la espina de algo que aún descubriré. Hay algo allí que me mata, que me encanta. No sólo es Gaudí ni tampoco la eterna resaca de los Juegos Olímpicos del 92, Barcelona es el centro de una serie de historias, es epicentro generador de eventos mundiales. Me sorprendo por sus calles y sus gentes transitando. Me pregunto qué mueve a las personas que circulan por la Gran Vía de les CortsCatalans, cómo se disfruta el aire marino que vibra en la Barceloneta. Yo ya vivía en esa ciudad sin haberla pisado, Barcelona ya me amenazaba sin siquiera saber de mi existencia, sin haber probado el sabor de la suela de mis zapatos. Barcelona debe ser una mujer, debe ser éso, sólo las mujeres causan tanta pérdida loca de la conciencia, del alma. Debe ser éso, Barcelona está buena, buenísima y me encantaría probarla.
Micaela sabe que hay una razón final por la que me gustaría enterrar mis ansias en Barcelona. Escribir. Quizás un día escriba una novela y no será en Trujillo, debo largarme del Perú para hacerlo. No han podido lograrlo plenamente ni Vargas Llosa, ni Bryce Echenique, ni Jaime Bayly, ni Santiago Roncagliolo, tipos a los que admiro y envidio, los envidio no con las vísceras, los envidio con mi admiración, con mis virtudes. No se puede ser escritor sin haber vivido en Barcelona ni haber pasado por Madrid. Sea… lo que quiera Dios que sea… mi delito es la torpeza de ignorar que hay quien no tiene corazón y va quemando y va quemándome y me quema… tarareo una canción mientras bebemos del té que nos ha servido Eliana. Micaela me dice que me calle ya, que deje de tararear allí delante de todos, que es mala educación y yo refuto que sólo ella me ha oído cantar.
El profe pregunta si alguien quiere mermelada, yo asiento con la cabeza. Me gustan las fresas y toda fruta que se relacione con lo sensual, me encantan las frutas de textura suave, melocotones, peras, pero idolatro la lúcuma. Moriré echando de menos la lúcuma en Barcelona. Qué raro, no debe haber fruta más barcelonesa que la lúcuma, aunque claro está, los barceloneses ni lo saben, yo lo acabo de descubrir ahora porque mientras mis tres contertulios conversan yo sigo su charla con la mirada pero pienso en todo lo que será de mí cuando me vaya, exagero, aumento los adjetivos y los sustantivos, y así hago más interesante mi desvarío que la propia charla que por momentos cae en momentos bajos, nostálgicos.
Micaela recuerda la última noche de Año Nuevo que pasamos juntos, estamos todos de acuerdo de que fue linda, nos acompañó una amiga alemana de Eliana llamada Maya que llegó a Trujillo a Dios sabe qué. Logró ser admitida como becaria en la Defensoría del Pueblo. Me contagié de su iniciativa y me presenté para ser becario en el área de Comunicación de la misma institución, me aceptaron y al día siguiente me dijeron que ya no era necesario. Nota mental: no confíes ciegamente en las instituciones que dicen proteger los derechos del peruano. Tomo conciencia de que quizás esa es otra de las razones de mi partida. El Perú es un país incompleto, no termina de cuajar, no termina de lograrse. No suelto estas frases a la mesa porque me lincharán mi novia y mis dos amigos. La situación no está para lanzar hipótesis de cómo solucionar el Perú. Si me quiero ir de mi país debe ser porque no lo amo mucho. Más que amar al Perú, lo admiro.
Me canso de divagar tras el velo de mi atención, Micaela sonríe como sonríen los ángeles, su carita se enciende cuando me ve durante la charla, desprende ternura hasta en sus ásperos codos. Echaré de menos su voz y sus pasos. Una mujer guapa con una cintura extraterrestre, muy fina como sus modales, se fijó en mí, me ama, me hace sentir completo, tan buena que me hacía dudar de su latinoamericano origen. Me da el amor que no recibió de su padre, me da el cariño bonito que no le daban en sus días de cumpleaños.
Me conoció cuando yo era una piltrafa, era flaco como un cigarro de Audrey Hepburn y llevaba el alma hecha jirones a causa de mi ex, esa mariposita que quiso volver conmigo, que me pidió volver con ella cuando Micaela y yo llevábamos nueve meses de novios. Esa cabecita loca que me dejó por un tipo al que yo nunca conocí y que luego me dejó por otro al que sí conocía y era compañero mío de la universidad, y que luego, cuando no cedí a terminar con Micaela para volver con ella, se metió con un tipo que era muy amigo mío y que acababa de terminar con una amiga suya, allí terminó de poner a media facultad en su contra por inquieta, por mentirosa, por no quedarse sola.
Ay mi Lokita Micaela, te voy a extrañar, no sé cuándo te veré, cuánto pasará para volverte a ver, me acogiste, me reconstruiste, me llenas día a día. Oigo la charla desenfadada del maestro, siempre nos hipnotiza con sus narraciones. Nos dice que el tránsito entrañable que hemos realizado en todos estos años de las aulas a su casa ha sido genial, el paso de ser profesor y alumnos a ser amigos estuvo lleno de complicidad. Ojalá cuando vuelva de España pueda traerles un regalo, un recuerdo del Museo del Prado o una diminuta casa de Gaudí para él y un perfume para Eliana. Aún no me he ido pero ya pienso en cómo agradecer la amistad de los que ahora están allí compartiendo su casa con nosotros. De este maestro que nos quiere como a sus hijos porque la naturaleza le quitó el don de tenerlos, aún así Eliana decidió pasar su vida con él. Amor del bueno, valiente. En un descuido de nuestros amigos me acerco a la oreja de Micaela y susurro Lokita, en cinco minutos nos vamos porque Eliana ya va bostezando tres veces. Sí amor, responde ella con otro susurro.
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