6. Ojeras secas que no pisan tierra
Nunca me había sentido tan fuera de lugar, tan a destiempo, ni tan antisocial, como me sentí ese primer mes en Premià de Mar y en Barcelona. El salado modo de hablar de la gente y su particular seseo, ése que tanto escuchaba cuando veía Antena 3 o TVE por el cable en mi casa de Trujillo, me aturdían por momentos. Durante esos treinta primeros días no logré llegar corporalmente del todo a mi nueva ciudad. Era como si muchas partículas de mi cuerpo fueron llegando de a pocos por las noches y eso me hacía sentir incompleto. Me preguntaba si diminutas y finísimas capas de mi piel se habían quedado en los jerséis de Micaela y eso generaba un desequilibrio físico. Me devoraba la idea de que su jefe ya haya comenzado a cortejarla a sabiendas que yo ya estaba en España, Micaela tenía la delicadeza de una flor del paraíso y la nariz de una simetría única. Varias veces le preguntaron a qué cirujano había ido a operarse y ella, entre ofendida y orgullosa respondía, “esta nariz la heredé de mi madre, no hay cirujano que pueda hacerla”.
Con la ropa que mi madre y mis hermanos me compraron, para no usar la que traje y no parecer un personaje traído del pasado, salía al supermercado, al correo a mandar cartas a Micaela, a comprar el periódico los domingos o los días que habían suplementos interesantes, o simplemente a ver hasta donde chocaban los límites de ese ajuntament.
Pensaba que nada era completo en esta vida, ahora ya estaba con mi familia nuclear, y aunque eran lo que más quería en el mundo, siempre supe que hasta entonces no había encontrado la mejor forma de amarlos, tomaría mucho tiempo para que eso suceda.
La incómoda situación de recibir unos euros de ellos para “mis gastos”, mientras buscaba trabajo, comenzaba a hacerse angustiante día a día aunque ellos nunca me demostraron molestia alguna, sentía que mis hermanos menores me trataban como a su hijo. Ya habían pasado por eso.
Mi hermano trabajaba en una fábrica de partes de motos, mi hermana en una cadena de hoteles y mi madre en labores de limpieza en dos casas de familias acomodadas en Premià de Dalt, la zona alta, la zona de las torres, con una vista privilegiada al mar por un lado y a la montaña por el otro.
Allí tiene su casa el entonces admirado Jordi Pujol y allí residía también Ernest, un anciano que vivía solo, con su hijo y nietos en la casa de al lado, esperando que fallezca para quedarse con su hermosa vivienda de Cami de Can Creus. Mi madre cuidó a Ernest como si fuese su propio padre, lo mimó con el cariño que no le pudo prodigar a mi abuelo Pablo, de quien se despidió hacía 10 años, antes de partir a esta tierra, y a quien solo pudo llorar abrazada a su almohada cuando se enteró que falleció sin compañía, tras caer, golpearse la cabeza y morir en el acto. No pudo viajar a Perú a despedirse de él, esa herida nunca cerraría.
Mamá es el personaje más suave que he conocido en este mundo, daría para escribir una novela de ella. Pero para novelas la que ya estaba viviendo en esta ciudad de junto al mar.
Un día Micaela me dice que todos los días, antes de partir a trabajar, ella se conectaría a Internet para poder conversar por webcam, se levantaría a las 5:00 am. para comunicarnos durante una hora, a las 6:00 se iría a la ducha y luego al trabajo a las 7:00 am. Me pareció sacrificado de su parte, aunque de por sí ella solía madrugar, ahora tendría que madrugar más aún. ¿Por qué lo hacía? ¿Para que yo sepa que se iba a dormir temprano? ¿Me extrañaba tanto como yo a ella? ¿Para animarme en mi búsqueda de trabajo? Sea como fuere, lo hizo, no faltó a ninguna cita, las pupilas de sus faros relucientes denotaban unas ojeras madrugadoras llenas de ternura, su carita de niña dulce recién caída de la mano y con rostro cariacontecido desprendían un aire de ingenuidad adorable.
“¿Ya mandaste tu hoja de vida a alguna empresa periodística? ¿Por qué no te tienes fe? Siempre has escrito muy bien, eras el mejor de la clase en redacción, y quizás el mejor de toda la facultad”.
Yo decía que sí, me encogía de hombros y agregaba que ya me llamarían, pero que no es fácil pues hay muchos profesionales calificados, mientras que a mí no me conocía nadie. La verdad es que no sólo había mandado por correo electrónico mi currículum vitae a medios escritos, además envié a radios, canales de televisión, webs y cualquier institución parecida a un medio de comunicación, pero lo cierto es que un inmigrante recién llegado no tiene cómo demostrar que tiene estudios, ni escolares, ni universitarios ni de nada. Eso lo supe cuando llegué, me di cuenta que sin papeles que certifiquen estudios yo era prácticamente un analfabeto y que de momento sólo podía aspirar a algún oficio o trabajo manual.
Todas esas pequeñas penurias se las iba contando a Micaela cada mañana pero nunca a mi madre a mis hermanos, siempre tuve más confianza con mis amigos más íntimos o con mi novia que con mi familia. Sentía que sufrirían con eso y yo no quería eso. Mi novia, la más optimista del planeta decía que yo conseguiría algo. “Me da igual, si tengo que trabajar limpiando los baños del Metro por las noches lo hago, necesito dinero para comprar tu billete y tus trámites en la embajada de Lima, pero debo conseguir traerte”.
Un amigo mío ofreció hacerle un contrato de trabajo a mi chica, pero el papeleo tardaría, ese lapso serviría para que yo labore en cualquier lugar y conseguir el dinero que necesitaba. Todas las semanas cogía La Clau, un suplemento de la comarca con avisos clasificados de todo tipo. Mi hermano encontró su trabajo en esa pequeña revista rebosante de información.
Fue un viernes, Micaela se conectó a las cinco de la mañana como siempre, hora peruana, once de la mañana hora española, una hora menos en Canarias y comenzamos a charlar. Ya no soporté, mi cabeza latía con la idea de traerla, de trabajar, de aportar con los gastos en casa, de conseguir para su billete, de darle un dinero para sus gastos de trámites en Lima.
Como un niño sin sueños, comencé a lagrimear frente al ordenador, apagué la lámpara que estaba en el escritorio para que no me vea, ella hizo lo mismo con la suya, ambos intuíamos lo mismo.
- Santi, ambos sabíamos que iba a ser difícil.
- Ya pero hay días como hoy…
- Sí, y cuando esté allá sucederá igual, te necesitaré porque echaré de menos a mi familia.
- Y yo te necesito porque no estoy completo aquí. ¿Tu jefe no te fastidia no?
- ¿Y qué más daría si me fastidia? Yo soy tuya y nunca me he fijado en nadie, no me interesa.
- Ya pero igual, tu jefe que es el jefe de recursos humanos de la cervecera te echó el ojo. - Luego la oigo sonreír.
- Hace tiempo no te ponías celoso pero parece que sigues sin darte cuenta que esta hora es la única hora del día en que podemos hablar. Cuando salgo del trabajo allá es medianoche.
- La próxima semana si quieres duerme una hora más y yo me quedo una hora más a medianoche para conversar.
- Como quieras mi niño hermoso
- No soy hermoso, nunca lo he sido, ni nunca lo seré.
Quise besar la pantalla y morderme los labios, pero pensar en eso me dolía a mí, una leve intensidad se clavaba en mi garganta y bajaba hasta el esternón, era la pena.
- Yo te veo lindo mi niño, deja de llorar y prende la lámpara.
- Vale, pero sólo si tú haces lo mismo..
- Ah mira, ya sabes decir “vale” –y una carcajada rompió la tristeza que por largo rato se había instalado en la videollamada. Entendí que una de las causas por las que me lancé a besarla hace dos años atrás fue que Micaela reía de manera diáfana, nunca sonreía por compromiso, nunca habría sonreído por diplomacia.
- Se me ha pegado, pero a partir de ahora, por tu culpa, por reírte de mi “vale” ya no lo diré, sólo diré OK.
- No te creo, además está bien que vayas cogiendo esas palabras y frases tan españolas, así te integras.
- Mira, no sigas, que de alienado nunca he tenido un pelo.
- Tú te tienes que adaptar al país, no el país a ti.
- Pero si eso te lo dije yo, antes de venir.
- Pero se ve que no lo aplicas.
Micaela distendió la charla, me dejó claro que era el amor de su vida, que aquí o en Perú o en la luna, ella siempre iba a estar conmigo, me iba a acompañar, sería mi sombra blanca, y yo me sentía mejor. Demás está decir que tras la dramática plática con Micaela una corriente de paz invadió mis venas, luego ella puso un tema de Alejandro Sanz, ese cantante que era la maldición que yo dejaba en las chicas que habían sido mis novias, mi devoción a su música y su arte eran algo que no sólo las había marcado, además había trascendido en las demás promociones de la facultad.
Fui el único que se gastó una fortuna, porque para un universitario ir hasta Lima, pagarse billetes de bus, comprar entradas en un lugar semiprivilegiado del concierto “El alma al aire” y cubrir toda la estadía en la capital, éso era una fortuna. Acompañada a la fama de mi gusto por la música del cantante madrileño un par de machitos me acusó de ser un poco “hembrita” porque sólo a las chicas se les podía entender el apego a los temas de Sanz pero a un chico no. Siempre me importó un rábano podrido lo que dijeran cuatro catetos.
Relamí la última lágrima y fui a mi cuarto a volver a revisar la última Clau. En una esquina había un aviso:
Invernadero buscar personal por aumento de producción. Presentarse el lunes en el polígono Puig.