Carrer de la Volta dels Tamborets
En esas calles debían encontrarse filamentos dorados, en los bordes de las ventanas donde se apoyó para recibir los besos que siempre anheló, los besos que le resonarían en las entrañas hasta el último de sus días.
Me gustaba imaginar felices en esos lugares, en esos cafés, con croissants rellenos de chocolate. La paz era eso, compartir algo dulce en una mesa redonda, pequeña, con un libro de Roncagliolo para el postureo y una charla igual de inoportuna que todas las demás.
Gracias.